Un punto de inflexión para la fabricación de semiconductores en EE. UU.
La concesión de 5.700 millones de dólares a Intel en el marco de la CHIPS Act —la ley estadounidense destinada a fomentar la fabricación doméstica de semiconductores— marca un antes y un después en la estrategia industrial de Estados Unidos. Vayamos a los hechos: además de la inyección financiera, el gobierno ha adquirido una participación del 10% en las operaciones de foundry (fundición) de Intel, una medida diseñada para asegurar control y alineamiento estratégico con objetivos de seguridad nacional y autonomía tecnológica.
Esto no es un gesto aislado. La CHIPS Act dispone alrededor de 52.000 millones de dólares en incentivos, subvenciones y garantías, lo que configura un ciclo de inversión plurianual en construcción y modernización de fabs (plantas de fabricación). El resultado esperado es la creación de una cadena de suministro doméstica más robusta, que a su vez genera demanda sostenida para proveedores de equipos y materiales esenciales.
El resurgimiento de los semiconductores en EE. UU.: por qué los 5700 millones de dólares de Intel lo cambian todo
¿Quiénes se benefician? No solo Intel. Fabricantes de equipos clave como ASML, proveedor neerlandés con virtual monopolio en máquinas de litografía EUV (litografía ultravioleta extrema, necesaria para los nodos más avanzados), verán aumentar su cartera de pedidos. Asimismo, suministradores de materiales y servicios, y empresas vinculadas a la logística y la construcción de fabs, captarán parte de este impulso. Incluso fabricantes extranjeros de fundiciones, como TSMC (Taiwan Semiconductor Manufacturing Company), han comenzado a diversificar producción con nuevas instalaciones, por ejemplo en Arizona, para aprovechar la ola de relocalización.
La pregunta que surge es: ¿es esta estrategia suficiente para reducir la dependencia de Asia? A corto plazo, la respuesta es matizada. Taiwán conserva la delantera en chips avanzados y Corea del Sur domina la memoria. Sin embargo, el paquete de incentivos estadounidense crea ventajas competitivas para que la producción crítica regrese al país y para que los suministros estratégicos se produzcan más cerca de los centros de demanda.
No obstante, el camino tiene riesgos relevantes. La ejecución corporativa es clave: Intel debe mostrar capacidad para construir y operar fabs competitivos frente a rivales con décadas de experiencia. Además, existe el riesgo de cambios en prioridades políticas que podrían ralentizar desembolsos o modificar condiciones. La competencia asiática, la naturaleza cíclica del sector y la rapidez de la obsolescencia tecnológica aumentan la incertidumbre. Un retraso en la entrega de equipos sofisticados, como máquinas EUV, o en la certificación de procesos podría erosionar márgenes y retrasar retornos.
A mediano y largo plazo, los catalizadores son claros. La demanda estructural impulsada por aplicaciones como la inteligencia artificial (IA), los vehículos eléctricos y las redes 5G requiere más chips y más diversidad tecnológica. La inyección de capital público privada puede generar un efecto multiplicador local: proveedores, empleo y servicios que refuerzan la cadena de valor.
Para inversores con horizonte medio-largo y tolerancia al riesgo, la reconfiguración de la cadena de semiconductores en EE. UU. ofrece oportunidades interesantes, aunque condicionadas. ASML y fabricantes de materiales podrían beneficiarse de incrementos en la demanda de equipos; Intel podría capturar valor si materializa sus planes. Pero recuerde: no hay garantías. Cualquier decisión de inversión debe partir de un análisis propio y, de ser necesario, de asesoramiento financiero personalizado.
En síntesis, la financiación de 5.700 millones y la participación estatal del 10% no son únicamente un rescate o un regalo. Son piezas de una apuesta estratégica por la soberanía tecnológica que puede remodelar la geografía de la industria de semiconductores, siempre que la ejecución, la política y la innovación vayan de la mano.